Por:
Martínez
León, Inocencia
Ruiz
Mercader, Josef
La
literatura sobre el aprendizaje en las organizaciones se inicia en la década de
los 60, con los trabajos de Cyert y March (1963), Gardner (1963), Cangelosi y
Dill (1965) y Argyris y Schön (1978). En la década de los 80 y 90 ha tenido un
gran desarrollo apareciendo múltiples trabajos tales como los de Daft y Weick
(1984), Kolb (1984), Fiol y Lyles (1985), Levitt y March (1988), Stata (1989),
Senge (1990), Argyris (1991-1994), Huber (1991), Nonaka (1991-1994), Dodgson
(1993), Garvin (1993), Kim(1993), Dixon (1994), Mayo y Lank (1994), Nevis et
al. (1995), Nonaka y Takeuchi (1995), Bain (1998), DiBella y Nevis
(1998) y von Krogh (1998).
Tras este
extenso desarrollo teórico se ha llegado a la conclusión que el aprendizaje es
el proceso que transforma la información en conocimiento. Dicho conocimiento se
acumula y codifica en mapas cognitivos y modelos mentales, modificando en
ocasiones los ya existentes, desarrolla la memoria y la experiencia, detecta
los errores y los corrige a través de la acción organizativa, y se introduce en
las rutinas. Lo lleva a cabo la propia organización y sus integrantes,
individuales o grupales, y le afectan factores relacionados con ellos14, con el
contexto organizativo y con el entorno. Sus resultados le permiten mejorar su
actividad, su dotación de recursos y capacidades, y alcanzar y mantener
ventajas competitivas.
Las
actividades de los procesos de aprendizaje han sido estudiadas fundamentalmente
por Kolb (1984), Kim (1993) y Moreno et al. (2000), aunque
Crossan et al. (1999) también contribuyen en este sentido.
Kolb (1984) y Kim (1993) son los que hacen contribuciones más próximas, debido
a que ambos identifican la acción como el elemento generador de todo el
proceso, sobre la que hay que observar y reflexionar, lo que en definitiva
permite su evaluación. A partir de ahí, se aprecian pequeñas diferencias,
fundamentadas en que Kolb entiende que es necesario investigar las divergencias
entre lo planificado y obtenido realmente, lo que nos permite cuestionar los
fundamentos teóricos y modificarlos si es necesario; mientras que Kim expone
que el siguiente paso es diseñar o construir un concepto abstracto sobre lo
analizado, y posteriormente evaluarlo a través de su implantación. Sin embargo,
Kim (1993) completa su modelo con las interacciones entre las actividades
descritas anteriormente y los modelos mentales –individuales y organizativos-,
constituidos a su vez por dos componentes, marcos de referencia y rutinas,
representantes de del componente conceptual y operativo, respectivamente, los
cuales ayudan y determinan el desarrollo del proceso. El modelo de Crossan et
al. (1999) identifica que en este ámbito se desarrollan dos
actividades: la intuición, que es exclusiva del nivel individual, y la
interpretación, que es compartida con el ámbito grupal.
La
intuición se considera una actividad individual porque aunque puede pasar
dentro de un grupo o contexto organizativo, su origen está en la mente del
individuo, que es el que posee este atributo, y no de un colectivo de mayor
tamaño como la organización. Es el reconocimiento preconsciente de las
similitudes y diferencias entre los distintos modelos y posibilidades,
asociándolos a alguno ya existente, que permite saber que hacer casi
espontáneamente (Crossan et al., 1999).
La
interpretación consiste en la explicación, a uno mismo y a los demás, de una
acepción o una idea mediante la creación y refinamiento de un lenguaje común,
la clarificación de imágenes y la acción. Por último, el modelo de Moreno et
al. (2000), basándose en el de Crossan et al. (1999), considera que las
actividades del proceso de aprendizaje son internas, tales como la reflexión,
la intuición y la interpretación. Le afectan tanto el tipo de información
sometida a dicha transformación, como los conocimientos y habilidades previos
que la persona posee (aptitudes) y los valores o actitudes de la misma que
actúan como filtro, y el conocimiento creado en un momento determinado puede
servir como input para otro proceso de aprendizaje posterior, tanto si lo lleva
a cabo la misma persona como otra.
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